Hay nueve dones, pero un fruto del Espíritu. Es interesante porque Pablo no lo llama nueve frutos del Espíritu, sino que nombra nueve características y las llama el fruto.
Compáralo con las obras de la carne (plural) y el fruto del Espíritu (singular). Estas nueve cualidades del carácter del Espíritu Santo se desarrollan al mismo tiempo.
Este fruto es lo que Él produce. En nuestras propias fuerzas, podemos funcionar en un rasgo del fruto del Espíritu a expensas de otro. Cuando funcionamos en la paciencia tendemos a perder de vista la mansedumbre. O si mejoramos la longanimidad, podemos perder el gozo. Ese es nuestro mejor trabajo y sin el Espíritu Santo, no es más que el trabajo de la carne. No puedo funcionar en todo el fruto del Espíritu a la vez. Me es difícil recordar todas las nueve características del Espíritu, y es por eso que se llama el fruto del Espíritu.
No es el fruto de mis esfuerzos. No es mi trabajo. Si viniera como resultado de mis esfuerzos, se llamaría el fruto de los esfuerzos, no el fruto del Espíritu. Los frutos no se desarrollan con esfuerzos. Los árboles no se esfuerzan para producir fruto. Es la intimidad con el Espíritu Santo la que da fruto. Por lo tanto, no trabajamos en nuestro fruto; trabajamos en nuestra relación con Él, y el fruto viene como resultado.
Esto puede resultar chocante para algunos, pero no somos llamados a trabajar en nuestro carácter. Somos llamados a trabajar en nuestra relación con el Espíritu Santo, y a cambio, Él trabajará en nuestro carácter.
Textos sugeridos:
1 Tessalonicenses 5:19; Gálatas 5:22-23; Efesios 4:30